
En cierta ocasión condujo su calesa a toda velocidad contra una conejera para ver si el vehículo volcaba. Y así fue. En su constante deseo de aprender o experimentar o a saber qué, quiso demostrar que un caballo y un carruaje tirado por este no podían saltar sobre la barrera de peaje que cierra un camino. Estaba en lo cierto, no podía.
El deporte y la bebida -daba buena cuenta de ocho botellas de oporto al día y aproximadamente otras tantas de coñac-, eran sus dos pasiones dominantes. Salía a cazar con trajes de tela delgadísima e incluso sin ninguna ropa cuando más frío hacía.
Pero Mytton era admirado por su tremenda generosidad. Arrojaba fajos de billetes a sus amigos y criados, o bien tiraba el dinero en los setos. Su padre le había legado 60.000 libras en efectivo y una renta de unas 10.000 libras anuales, pero disipó toda su fortuna en menos de quince años. ¡Es asombroso que le durase tanto tiempo!
En 1834 falleció en la cárcel especial para deudores a la edad de treinta y siete años. Su cadáver fue llevado a la mansión de sus mayores, Halson Hall, en Shropshire, y allí, en presencia de tres mil amigos y compañeros de cacerías, se dio sepultura a este maravilloso excéntrico.
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