lunes, 30 de mayo de 2011

Solamente usamos un 10% del potencial de nuestro cerebro (y otros mitos)

A pesar de los avances en neurociencia, la mayor parte de la población sigue creyendo (porque así lo ha escuchado en multitud de ocasiones) que usamos, tan solo, el 10 por ciento de nuestros cerebros. Esta sentencia falsa se le adjudica a Albert Einstein, pero no hay ninguna cita textual del científico que así lo corrobore. La creencia procede probablemente del año 1907, para alentar el afán autodidacta. Pero los estudios realizados sobre daños cerebrales demuestran que usamos mucho más que ese 10 por ciento. No hay áreas dormidas y prácticamente ninguna parte de nuestro cerebro está del todo inactiva.
La idea de que leer con luz tenue puede acabar con nuestros ojos tiene su origen en la propia experiencia. Leer con poca luz hace que los ojos se resequen porque parpadeamos menos y a veces podemos tener la sensación de que no vemos bien. Aderezado con unas gotitas de hipocondría ya tenemos una nueva y maravillosa leyenda urbana. Pero los efectos negativos son temporales, es imposible que cause un cambio permanente en la estructura de los ojos.
El pelo no crece más fuerte tras afeitarnos, ni más oscuro, como ya se demostró en un ensayo clínico de 1928. Durante el afeitado se elimina la parte muerta del cabello y no la viva, que está bajo la piel. Es verdad que el cabello es más oscuro, pero porque todavía no ha sido expuesto al sol y no tiene el extremo tan fino. Tampoco es verdad que el pelo (y las uñas) sigan creciendo tras la muerte. La leyenda nace en ‘Sin Novedad en el Frente’, donde su autor describió cómo siguen creciendo las uñas de su amigo tras la muerte de éste. Pero el antropólogo William Maples ya lo desmintió: "no es más que un espejismo, no ocurre tal cosa". La deshidratación del cuerpo tras la muerte puede provocar que la piel se retraiga en el pelo y las uñas, creando la apariencia de que han crecido. El crecimiento de uñas y pelo requiere una compleja regulación hormonal que es imposible tras el fallecimiento de uno. Y siguiendo con el pelo: tampoco es verdad que un disgusto vuelva el pelo blanco de repente. Lo que ocurre es que hay personas que sufren alopecia areata que forma zonas en la cabeza sin pelo, y en algunas, cuando empieza el proceso, se podrían formar mechones de pelo blanco. Este tipo de alopecia algunos estudios la relacionan con el estrés, aunque hay controversia con ello, y por eso, quizá puntualmente, la gente une ambos conceptos, pero es un mito. Además, el pelo blanco necesita un tiempo de crecimiento, no es algo instantáneo. Y eso de que el pelo cano nunca se cae es falso. La única diferencia con un pelo normal es que no tiene pigmento. La cana es una pérdida de melanina por la edad, algo genético. Quizá el malentendido viene porque la gente que sufre alopecia de joven y se queda calva no llega a tener canas, por lo que se asume que la gente que las tiene conserva el pelo.
Que los teléfonos móviles sean peligrosos en los hospitales también es falso. No hay casos de muerte causada por el uso del móvil en un recinto médico. Esta creencia se ha extendido desde que The Wall Street Journal se hizo eco de esta información, dándola como verdadera en un artículo que citaba más de cien casos de posibles interferencias electromagnéticas en aparatos médicos antes de 1993. Sí es cierto que los móviles causan interferencias un 4 por ciento de las veces cuando están a menos de un metro de los dispositivos aunque menos del 0,1 por ciento son serios. Tampoco los móviles pueden provocar explosiones en las gasolineras. Para que un móvil pudiera producir una explosión deberían tener más potencia. Un móvil tiene una energía muy baja, además produce una radiación electromagnética con una frecuencia muy baja, emite por debajo de un vatio, y es prácticamente imposible que pueda producir un estallido con la energía tan baja que tiene. Otra cosa sería la batería de un vehículo, que sí tiene potencia suficiente para provocar una chispa que genere una explosión.
También es falso que el cuerpo humano pierda más calor por la cabeza. Lo que ocurre es que el número de glándulas sudoríparas es mayor en la cabeza. En la cabeza, como en los sobacos o en las plantas de los pies, hay mayor concentración de estas glándulas.
Eso de que si se bebe mucha agua se hidrata la piel tampoco es verdad. No tiene nada que ver. Es otro mito. Si bebes mucho, orinas mucho. La piel seca hay que tratarla utilizando emolientes, cremas, hay que engrasar mucho la piel.
Y lo de que hay que tomar mucho el sol para fortalecer los huesos. Bueno, el sol es una fuente de vitamina D pero no hace falta tostarse. Con el sol que nos da paseando es más que suficiente. Además de que el sol provoca un envejecimiento prematuro de la piel.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Los “perros habladores” con los que los nazis pensaron ganar la II Guerra Mundial

NazisLos oficiales nazis reclutaron perros de toda Alemania y los entrenaron para aprovechar las señales que hacían con sus patas. De algunos se dice que eran capaces de imitar la voz humana -que podían llegar a decir "Mein Fürher"-. Incluso, de un airedale terrier llamado Rolf se dijo que era capaz de "escribir poesía”.
Los nazis vieron en los perros a seres casi tan inteligentes como los humanos, e intentaron enseñarles a “hablar”, a leer y a escribir. Hasta se hicieron experimentos para comprobar la telepatía entre un hombre y un can.
Adolf Hitler, un amante declarado de los perros, quería que estos animales aprendieran a comunicarse con sus amos de las SS, y apoyó la creación de una escuela especial para perros, que pretendía enseñar a hablar a los canes. Los nazis esperaban utilizar a los animales para la guerra, para que colaboraran con las SS y para vigilar los campos de concentración.
Jan Bondeson, profesor del departamento de Medicina de la Universidad de Cardiff, en su libro ‘Amazing Dogs: a cabinet of canine curiosities’, relata que en la escuela canina Tier-Sprechschule se intentaba convertir a los animales en armas secretas. Además, en Leutenberg había una escuela de voz perruna. Un ejército de perros espías, capaces de hablar, escribir, deletrear e incluso comunicarse telepáticamente, éste iba a ser el arma súper secreta de los nazis para vencer en la Segunda Guerra Mundial.
Informes confidenciales revelan que un terrier alcanzó a "deletrear" moviendo las patitas, un salchicha aprendió a ladrar para formar palabras y un german pointer incluso logró "hablar" imitando la voz humana. Habría dicho "tengo hambre, dame galletas" en el idioma otto.

jueves, 5 de mayo de 2011

Adiós, Kathleen (la carta más fría jamás hallada)

Es una carta dramática, escrita a 70º bajo cero y con la seguridad de la muerte rondando sobre la cabeza. La escribió para su mujer el capitán británico Robert Scott, quien una vez pretendió convertirse en el primer hombre en llegar al Polo Sur... “Querida, no es fácil escribir por el frío, setenta grados bajo cero y nada más que nuestra tienda de campaña”, escribió Scott. “Lo peor de esta situación es que no te volveré a ver, hay que afrontar lo inevitable”, le decía el capitán a su mujer, a la que le pedía que se volviera a casar. “Cuando el hombre adecuado llegue para ayudarte en la vida, deberías volver a ser feliz (...) espero ser para ti un buen recuerdo”, proseguía el explorador.
¡Pobre capitán!, el mismo que en el año 1912 intentó sin éxito ser el primero en llegar al Polo Sur, sueño que no cumplió porque el noruego Roald Amundsen llegó un mes antes que él.
En la carta, además de expresarle su dolor por no volver a verla, Scott le pedía a su Kathleen que animase a su hijo Peter, por entonces con tres años de edad, a estudiar historia natural, pues “es mejor que los juegos”. (Peter Scott se convertiría con el tiempo en uno de los más famosos naturalistas y ornitólogos del Reino Unido.)
La misiva estaba fechada en marzo de 1912, y fue encontrada un año después en la tienda de campaña en que el capitán y su equipo se refugiaron.
(La primera exploración de Scott a la Antártida tuvo lugar entre 1901 y 1904, mientras que la segunda empezó en enero de 1911 y llegó al Polo Sur el 17 de enero de 1912, un mes después de que lo hiciera el noruego Roald Amundsen. Scott murió mientras emprendía el regreso por falta de suministros.)

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