sábado, 22 de agosto de 2009

17-5001, el búnker atómico de Erich Honecker

BúnkerEl búnker atómico que mandó construir el que fuera dirigente de la República Democrática Alemana (RDA) Erich Honecker, considerado la perla antiatómica del régimen germano-oriental, alternativa a los construidos al otro lado del Muro, está en las afueras de Berlín a orillas del lago Wandlitz, bajo una superficie de 200 hectáreas donde Honecker tuvo, además, una gran residencia de vacaciones.

Refugio atómico

Preparado para acoger en caso de necesidad a cuatrocientas personas, entre dirigentes y sus familiares, la existencia del búnker fue un secreto en tiempos de la RDA y su construcción costó unos 300 millones de euros actuales. Muy lejos de los 2.400 que costó su homólogo en el oeste de Alemania, en Bonn, preparado para albergar a tres mil personas.
Honecker ordenó su construcción en tiempos de la Guerra Fría, en 1971, después de que Estados Unidos desplegase sus misiles Pershingo II y Crucero en territorio occidental, pero no empezó a edificarse hasta siete años más tarde con paredes de 4,6 metros de espesor.
Se estima que, en caso de ataque atómico, los cuatrocientos privilegiados a los que se brindaba protección habrían podido sobrevivir en sus estancias dos semanas.

Búnker

El búnker -2.800 m2. Tres pisos. 85.000 toneladas de acero y hormigón- contaba con una fuente de agua, aire acondicionado, habitaciones especialmente preparadas para protegerlos de las detonaciones (capaz de soportar un ataque nuclear de hasta 1.000 kilotones, unas 33 veces más potente que la bomba lanzada por EE.UU. contra Hiroshima) y una red de túneles, separados por pesadas puertas de metal, que conectan unas 170 habitaciones, enterradas a una profundidad de 70 metros.
El refugio -escondido entre los bosques que rodean el lago Wandlitz, en Prenden, a 40 kilómetros al norte de Berlín- estaba rodeado por una villa ocupada casi en su mayoría por miembros de la Stasi, la temida policía secreta de Alemania Oriental.

Refugio

Cuenta la leyenda que el 13 de diciembre de 1983 el todopoderoso Erich Honecker, ya con 71 años a cuestas, acudió a la inauguración del laberinto de acero y hormigón conocido en clave como "17-5001". Al cuarto de hora de estar en su interior, asustado e impresionado, se sintió tan incómodo, tan falto de aire fresco y de la luz del día, que precipitó el final de la visita y nunca más volvió a entrar en su búnker, pero hasta 1989, fecha de la caída del Muro, éste estuvo siempre listo para acogerle en caso de guerra nuclear, química o bacteriológica.

Búnker

Un despacho de 16 metros cuadrados, un comedor de igual tamaño y una minúscula habitación de 10 m2 formaban el espacio reservado al líder. En este dormitorio, había dos camas, todo ello a pesar de que su esposa Margot no debía ir al búnker en caso de ataque sino a otro lugar reservado para las familias de los 19 miembros del Consejo Nacional de Defensa de la RDA, por lo que todas las interpretaciones están abiertas ya que también había un pequeño habitáculo aledaño reservado a la secretaria de Honecker.

Refugio

El "lujo" destinado al gran líder se traduce en moqueta en el suelo y un papel pintado de incierto tono crema en las paredes, decorado de las figuras geométricas imposibles tan de moda en los años 70. Nada que ver con los fríos dormitorios destinados a los técnicos y militares, donde hasta quince personas en literas de tres alturas se hacinarían en apenas una quincena de metros cuadrados.

Búnker

El búnker también contaba con un amplio dispositivo de comunicaciones que permitía que hasta cuatrocientas personas estuvieran hablando por teléfono al unísono.

Refugio atómico

Nadie en el pueblo de Prenden, de 515 habitantes, supo lo que se estaba haciendo exactamente en la zona, de hecho tuvieron prohibido acercarse.

Búnker

Refugio

RDA

Lo primero que se observa al llegar a la zona es una especie de barrio militar de toscos edificios, con media decena de garajes llenos de escombros donde vivía el personal de mantenimiento. Desde allí partía un túnel subterráneo hasta el refugio. En caso de ataque nuclear y de respuesta en cinco minutos, acatando el dicho "quien dispara primero muere segundo", Honecker y el resto de prebostes comunistas hubieran sido inmediatamente trasladados al búnker. Allí, ninguno se hubiera librado de una primera ducha de descontaminación y la destrucción de su ropa. En una superficie de 49x63 metros, el lugar se habría cerrado herméticamente durante treinta y seis horas. Después, los generadores autónomos de gas y electricidad, los purificadores de agua y los depósitos con 360.000 litros de agua habrían permitido la supervivencia durante catorce días sin contacto con el exterior. Entonces los inquilinos se habrían visto obligados a salir con trajes de protección para su traslado a un país amigo, Cuba o la Unión Soviética.

Búnker

Refugio atómico

En la actualidad, y desde el pasado año, esta horrible preciosidad histórica se encuentra sellada. Se cerró definitivamente aprovechando los propios mecanismos de relojería del búnker y cinco metros más de hormigón de refuerzo. No había dinero para su mantenimiento y quisieron evitar los actos de vandalismo y robos además de no malgastar dinero en una obra para que encima se convierta en lugar de peregrinación y añoranza de la dañina izquierda post-stalinista.

miércoles, 12 de agosto de 2009

La plaga gris

El término, que se usa dentro del contexto de la ciencia ficción, fue empleado por vez primera por Eric Drexler, pionero de la nanotecnología, en su libro 'La nanotecnología: el surgimiento de las máquinas de creación' (Engines of Creation, de 1986). En el capítulo número cuatro, "Máquinas de Abundancia", éste explora un aterrador escenario de crecimiento exponencial: "(...) Así, el primer replicador ensambla una copia suya en mil segundos, entonces los dos replicadores ensamblan dos más en los siguientes mil segundos, esos cuatro construyen otros cuatro, y los ocho construyen otros ocho. Después de diez horas, no hay treinta y seis nuevos replicadores, sino más de sesenta y ocho mil millones. En menos de un día, pesarían una tonelada; en menos de dos días, sobrepasarían el peso de la Tierra; en otras cuatro horas, excederían la masa combinada del Sol y todos los planetas... si la reserva de elementos químicos no se hubiera agotado mucho antes."
La nanotecnología, en la que no pocos ven la clave de la próxima revolución tecnológica, consiste en manipular objetos de un tamaño que se mide en nanómetros, es decir, la millonésima parte de un milímetro pero, ¿cómo es posible trabajar con objetos tan pequeños como si de átomos se tratase, a los cuales solamente se puede acceder con microscopios de efecto túnel o de fuerza atómica?
En el año 1942, al escritor Robert A. Heinlein se le ocurrió cómo lograrlo. Se trataba de crear una mano mecánica que reprodujese nuestros movimientos como un pantógrafo, pero en una escala más pequeña. Con esa mano, fabricaríamos otra de menor tamaño, y así hasta alcanzar el nivel atómico. Tiempo más tarde, en 1959, idéntica idea -pero esta vez a un científico- se le ocurrió a Richard Feynman, uno de los grandes físicos del siglo pasado. No pasó mucho tiempo en que se dieran los primeros pasos en su desarrollo y cuando ya se habían logrado ciertos éxitos en esta línea, apareció Eric Drexler presentando el tema al gran público.
Drexler basa su revolución en unos dispositivos (los “ensambladores”) pensando que si se pudiesen fabricar nanorobots capaces de manipular a la vez un átomo conforme a un programa maestro y, sobre todo, que fueran capaces de producir otro robot similar a ellos, cualquier problema tecnológico se resolvería casi por arte de magia. Drexler incluso especula cómo se podrían llegar a fabricar motores para la NASA en un tanque sellado. Para ello, se introduciría una sopa de compuestos químicos, rociada con una pizca de nanorobots en suspensión. Inmediatamente se empezarían a reproducir y a trabajar siguiendo las instrucciones de sus nanocomputadoras. En pocas horas, aparecería un flamante motor, con cero defectos y calidad total. No hay límites: se podrían cultivar automóviles o frigoríficos, fabricar alimentos sin necesidad de agricultura, reparar células enfermas de nuestro cuerpo o enviar nanosubmarinos a patrullar arterias y venas a la caza del colesterol. Eso sí, hasta el propio Drexler admite que todo esto sería como incorporar una nueva forma de vida a los ecosistemas, con resultados imprevisibles.
No pocos expertos vieron el peligro bautizando este nuevo miedo como 'Grey goo' -en inglés-, "plaga gris", imaginando una proliferación de virus mecánicos que podrían llegar a invadir el planeta, digiriendo todo lo que se encontraran en su camino para convertirlo en más nanorobots y acabando de esta manera con la vida. Es lo que se conoce como ecofagia, un hipotético fin del mundo que involucra nanotecnología molecular en la que un conjunto de robots se autorreplicarían sin control consumiendo toda la materia viva en la Tierra, materia que emplearían para crear y mantener más robots. En el peor de los casos, toda la materia en el universo podría convertirse en una masa inmensa de nanomáquinas en proceso de replicación y sin un orden concreto, matando a todos los habitantes del universo: "(...) replicadores anticipados basados en autoensamblaje podrían derrotar a los más avanzados organismos modernos. "Plantas" con "hojas" más eficientes que las celdas solares de hoy podrían dejar fuera de circulación a las plantas, llenando la biosfera de follaje no comestible. "Bacterias" omnívoras resistentes podrían sacar de competencia a las bacterias reales: podrían diseminarse como polen soplado, replicarse rápidamente, y reducir la biosfera a polvo en cuestión de días. Replicadores peligrosos podrían fácilmente ser fuertes, pequeños, y diseminarse demasiado rápido para ser detenidos... al menos si no tomamos ninguna media previa. (Tenemos suficientes problemas controlando virus y moscas de la fruta.)"
Pero en verdad, aunque Drexler no vulnera ninguna de las leyes de la física, hay ciertas dudas sobre si la nanotecnología molecular sería capaz de crear una plaga gris. Entre otras refutaciones comunes, los teóricos sugieren que el tamaño de las nanopartículas las inhibe de poder moverse demasiado rápido. Mientras que la materia biológica que compone la vida libera cantidades significativas de energía al oxidarse, y otras fuentes de energía como la luz del sol están disponibles, esta energía podría no ser suficiente para que los supuestos nanorobots dejaran fuera de circulación a la existente vida orgánica que ya usa esos recursos, especialmente considerando cuánta energía usarían estos pequeños robots para desplazarse. Además, si la misma máquina estuviera compuesta de moléculas orgánicas, podría encontrarse a sí misma siendo cazada por bacterias ya existentes u otras formas naturales de vida. Aunque el argumento más romántico contra la plaga gris es el hecho simple de que en la Naturaleza ya existen unos seres pequeñitos que se reproducen sin ayuda y comen absolutamente de todo, las bacterias. Con ellas hemos convivido desde el inicio simplemente porque estaban aquí mucho antes de que apareciésemos nosotros, y no sólo nunca nos han exterminado, sino que las necesitamos hasta para digerir y es más que probable que sin ellas muriésemos. Lejos de acabar con el planeta, son parte misma de la vida tal como hoy la conocemos.
No obstante, aunque será muy difícil que se desarrolle una plaga gris, la fabricación de nanoarmas, aunque no se autorrepliquen, podría ser mucho más peligrosa y más inminente. Una carrera de armas inestable que a buen seguro ocurrirá, conociendo al ser humano, nada más desarrollarse la tecnología. En este sentido, deberíamos tener siempre presente la afirmación -esta totalmente acertada- que en su día también hizo Drexler: "No podemos permitir el mal uso irresponsable y criminal de tecnologías potentes". Después de haber convivido con la amenaza de armas nucleares durante más de medio siglo, ya deberíamos ser conscientes de lo que ello significa. ¿Habremos aprendido la lección? Lo dudo.

lunes, 10 de agosto de 2009

Shibam, el Manhattan del desierto

Shibam es el nombre de un bello emplazamiento ubicado en el desierto de Yemen de unos aproximadamente 7.000 habitantes y al que cariñosamente apodan, debido a sus característicos pequeños rascacielos, "El Manhattan del desierto".

Shibam

Su Ciudad Antigua y Muralla fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en el año 1982.

Shibam

Como se observa en las imágenes es una espectacular mini-ciudad fortificada aislada en mitad de la nada, cuyos rascacielos de entre (generalmente) cinco y once pisos destacan sobre el resto del paisaje.

Manhattan del desierto

Shibam

Manhattan del desierto

Shibam

Lo más curioso, sin embargo, es que la mayor parte de estos pequeños rascacielos están construidos literalmente con adobe (ladrillos de barro secados al sol) por lo que necesitan ser tratados periódicamente con un baño espeso de nuevo barro a modo de mantenimiento ya que incluso la lluvia tiene efectos corrosivos graves sobre las estructuras. Este mantenimiento se dificulta todavía más debido a que las calles son demasiado estrechas para que haya ningún tipo de transporte motorizado capaz de acceder a muchos puntos de la ciudad.

Shibam

El Manhattan del desiertoLos edificios más altos alcanzan las dieciséis plantas y una altura de hasta cuarenta metros, siendo el minarete, con cincuenta metros, el edificio más alto; y aunque la ciudad ha existido allí de un modo u otro desde hace más de dos mil años (existen datos de su existencia desde el siglo II a. de C.), la mayor parte de las hercúleas construcciones levantadas sin apenas recursos tecnológicos datan principalmente del siglo XVI (parcialmente restauradas en el s. XIX).

Shibam

Shibam

Sorprende que hayan podido sobrevivir hasta nuestros días en tales condiciones.

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