El tiempo era magnífico y el océano se hallaba en calma a muchos kilómetros alrededor. Es por eso que cuando los tripulantes del buque francés Alecton vieron un 30 de noviembre de 1861 a una monstruosa criatura emergiendo sobre las aguas, estuvieron seguros de que no se trataba ni de una ola ni de una roca, sino de "un pulpo gigante", como relatarían más tarde.
Avistado en el trayecto marítimo que une Cádiz con Tenerife, en España, el pulpo gigante "medía aproximadamente unos seis metros de longitud, tenía ocho patas y una enorme cola". El comandante del Alecton, el teniente Bouyer, lo describió como "espantoso, de un color rojo ladrillo, viscoso e informe, de aspecto repulsivo y terrible".
Con todo, el aguerrido comandante no dudó un instante en ordenar salir a la captura de aquella bestia, pero con los toscos movimientos de los buques de la época, les fue de todo imposible a los voluntariosos tripulantes disparar con acierto contra aquel monstruo marino. Pero no se rindieron, y siguieron porfiando en su empeño de darle captura, y cuando al final lograron arponearlo e incluso enlazarle la cola, descubrieron que aquella criatura horrible proveniente de los profundos y oscuros secretos del mar, era todavía más fuerte de lo que ya de por sí imaginaban y que no iba a ser la suya tarea fácil.
Agitando sus tentáculos y levantando la cabeza, que les permitió entonces comprobar que "tenía un curioso pico como el de un loro", el gigantesco pulpo se liberó de las cuerdas, eso sí, dejando detrás suyo un inestimable trofeo: un trozo de veinte kilos de su cola.
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