Cuando se elige un nuevo Papa, los ojos del mundo se fijan en Roma. Millones de personas, católicas y no católicas, esperan con ansia la decisión de los cardenales, que se expresa en una ceremonia envuelta en el secreto y en una antiquísima tradición.
No hay cámaras de televisión que recorran la sala de la votación; no hay periodistas que pregunten la opinión de los votantes. Nadie en el exterior conoce la identidad del candidato elegido hasta que una delatora voluta de humo blanco, signo del resultado final, aparece por una chimenea de hierro del Vaticano. A continuación, un cardenal proclama el nombre del nuevo Papa desde un balcón a las masas, ávidamente congregadas en la plaza.
Cuando fallece un Papa se realizan sus exequias en la basílica de San Pedro durante un período de 15 a 18 días. Mientras tanto, los cardenales, venerables príncipes de la Iglesia católica, se reúnen en Roma procedentes de todas las partes del mundo e inician su solemne cónclave. Se trata de una junta de cardenales de capital importancia, donde se celebran, en riguroso secreto, discusiones y votaciones para determinar cuál de ellos habrá de llevar el anillo del Pescador, símbolo de la autoridad del hombre a quien millones de católicos deben obediencia. El anillo suele ser de oro, y ostenta una piedra preciosa.
Para proteger el secreto del cónclave, las puertas del lugar de reunión se ciegan con ladrillos, y cualquier comunicación necesaria con el exterior se hace a través de unos tornos, abiertos en los muros y celosamente custodiados. Mediante estos tornos se pasan alimentos, mensajes, etc., sin que las personas que intervienen en estas acciones se vean unas a otras. Para llevar a cabo el escrutinio se elige a tres cardenales que se cambian en cada votación.
Ninguna votación es decisiva si no otorga a un candidato una clara mayoría de dos tercios más uno. Cuando el requisito no se cumple, las papeletas se mezclan con paja húmeda y se queman, produciéndose un humo negro que significa que el resultado es negativo. Por último, y frecuentemente al cabo de muchos días, los cardenales acaban otorgando la mayoría necesaria a un miembro del cónclave. Entonces, las papeletas se mezclan con paja seca y se queman. En la plaza de San Pedro se eleva el clamor de la multitud: "¡Humo blanco! ¡Viva el Papa!".
Por tradición aún se emplea humo blanco y negro en esta ceremonia. Sin embargo, en 1958 hubo cierto desencanto cuando la elección del papa Juan XXIII fue comunicada mediante una voluta mínima de humo grisáceo. Se dice que durante la elección del papa Pablo VI en 1963, los cardenales escucharon las demandas de la prensa y de la televisión, y utilizaron bombas de humo negro y blanco que les proporcionó el ejército italiano.
Aunque la tradición del humo se remonta a muchos siglos en el pasado, la utilidad atribuida al color es de tiempos recientes. Antiguamente el significado estaba en la magnitud de la humareda. La voluta grande indicaba que no había todavía decisión. Pero cuando las gentes de Roma veían alzarse la ligera y esperada brizna de humo, sabían que el mundo ya tenía un nuevo Vicario de Cristo.
No hay cámaras de televisión que recorran la sala de la votación; no hay periodistas que pregunten la opinión de los votantes. Nadie en el exterior conoce la identidad del candidato elegido hasta que una delatora voluta de humo blanco, signo del resultado final, aparece por una chimenea de hierro del Vaticano. A continuación, un cardenal proclama el nombre del nuevo Papa desde un balcón a las masas, ávidamente congregadas en la plaza.
Cuando fallece un Papa se realizan sus exequias en la basílica de San Pedro durante un período de 15 a 18 días. Mientras tanto, los cardenales, venerables príncipes de la Iglesia católica, se reúnen en Roma procedentes de todas las partes del mundo e inician su solemne cónclave. Se trata de una junta de cardenales de capital importancia, donde se celebran, en riguroso secreto, discusiones y votaciones para determinar cuál de ellos habrá de llevar el anillo del Pescador, símbolo de la autoridad del hombre a quien millones de católicos deben obediencia. El anillo suele ser de oro, y ostenta una piedra preciosa.
Para proteger el secreto del cónclave, las puertas del lugar de reunión se ciegan con ladrillos, y cualquier comunicación necesaria con el exterior se hace a través de unos tornos, abiertos en los muros y celosamente custodiados. Mediante estos tornos se pasan alimentos, mensajes, etc., sin que las personas que intervienen en estas acciones se vean unas a otras. Para llevar a cabo el escrutinio se elige a tres cardenales que se cambian en cada votación.
Ninguna votación es decisiva si no otorga a un candidato una clara mayoría de dos tercios más uno. Cuando el requisito no se cumple, las papeletas se mezclan con paja húmeda y se queman, produciéndose un humo negro que significa que el resultado es negativo. Por último, y frecuentemente al cabo de muchos días, los cardenales acaban otorgando la mayoría necesaria a un miembro del cónclave. Entonces, las papeletas se mezclan con paja seca y se queman. En la plaza de San Pedro se eleva el clamor de la multitud: "¡Humo blanco! ¡Viva el Papa!".
Por tradición aún se emplea humo blanco y negro en esta ceremonia. Sin embargo, en 1958 hubo cierto desencanto cuando la elección del papa Juan XXIII fue comunicada mediante una voluta mínima de humo grisáceo. Se dice que durante la elección del papa Pablo VI en 1963, los cardenales escucharon las demandas de la prensa y de la televisión, y utilizaron bombas de humo negro y blanco que les proporcionó el ejército italiano.
Aunque la tradición del humo se remonta a muchos siglos en el pasado, la utilidad atribuida al color es de tiempos recientes. Antiguamente el significado estaba en la magnitud de la humareda. La voluta grande indicaba que no había todavía decisión. Pero cuando las gentes de Roma veían alzarse la ligera y esperada brizna de humo, sabían que el mundo ya tenía un nuevo Vicario de Cristo.