jueves, 19 de abril de 2012

La atractiva princesa Amen-Ra

La atractiva princesa Amen-Ra vivió en Egipto unos 5000 años a. de C. Cuando murió, su cadáver fue momificado y colocado en un bello sarcófago de madera tallado con singular esmero. Por mandato faraónico el regio ataúd quedó herméticamente guardado en una bóveda, en Luxor, a orillas del río Nilo. Es posible que sus deudos y amigos pensaran en aquellos momentos que con las exequias terminaban los avatares terrestres de Amen-Ra, quien pasaría quizás, gracias al misericordioso Osiris, al mundo etéreo de los espíritus pacíficos. Si así fue se equivocaron, pues los extraños hechos que se sucedieron entre el ocaso del siglo XIX y el 14 de abril de 1912 vinculados a esta momia, nos hablan elocuentemente de un terrible poder maligno enquistado en los despojos de su envoltura material.
A finales de la década de 1890 cuatro turistas ingleses de buena posición económica, a quienes unía una larga amistad, se encontraban de paso por la antigua ciudad de Luxor, donde un grupo de mercenarios egipcios y franceses había exhumado clandestinamente algunos tesoros y el sarcófago de la princesa Amen-Ra. Un intermediario de pocos escrúpulos ofreció vender a los británicos la momia por un precio bastante razonable. Los cuatro se mostraron vivamente interesados en adquirirla y para evitar discusiones, decidieron, como camaradas y caballeros, echar suertes para ver quién sería el favorecido adjudicatario que volviese a Londres con el preciado tesoro. El ganador, uno de los más jóvenes del grupo, desembolsó el importe convenido e hizo los pertinentes arreglos para que le llevaran la reliquia de inmediato al hotel donde se hospedaba con sus compañeros de viaje. Por la noche, varios testigos lo vieron abandonar precipitadamente su habitación y enfilar hacia el desierto del cual jamás regresó. Al siguiente día, el segundo de los amigos recibió un disparo de rifle que le hizo accidentalmente su sirviente egipcio. La herida fue de tal gravedad que tuvieron que amputarle el brazo izquierdo. El tercero, ya de regreso a Inglaterra, encontró que el banco donde tenía depositado la fortuna familiar con fines de renta, había quebrado. El cuarto cayó enfermo de una extraña y prolongada dolencia. A raíz de ello gastó todos sus bienes en médicos y curaciones y cuando finalmente se reestableció, no pudo conseguir ni aún el más modesto trabajo y terminó vendiendo fósforos en las calles londinenses.
Entretanto, por los más curiosos meandros, el sarcófago llegó a Gran Bretaña donde fue adquirido por un excéntrico comerciante de la ciudad. Sin embargo, el flamante propietario no tardó en donarlo al Museo Británico después que tres parientes cercanos sufrieran un accidente de tránsito y su propia casa se incendiara parcialmente en confusas circunstancias.
A pesar de la reputación que ya para entonces rodeaba a la momia, el curador del museo, acostumbrado a desechar leyendas y supersticiones, aceptó de buena gana el valioso obsequio. Cuando el milenario ataúd llegó hasta el patio del museo, el camión de mudanzas que lo había transportado y que se encontraba estacionado en punto muerto, dio inexplicablemente marcha atrás sin ninguna intervención humana e hirió de consideración a un peatón que acertaba pasar por el lugar. Dos ordenanzas que llevaban el sarcófago por las escaleras fueron también blanco de la maldición de Amén-Ra. Uno de ellos tropezó con un escalón y se rompió la pierna derecha; el otro, un hombre de escasos treinta años en perfecto estado de salud, falleció de un infarto dos días después.
Instalada ya la momia en la Sala de Egiptología se produjeron reiterados y desconcertantes incidentes. Los serenos, por ejemplo, escuchaban aterrados durante las noches de guardia martilleos y sollozos que parecían originarse en el interior del ataúd. Con el transcurso del tiempo el personal de maestranza se negó rotundamente a efectuar la limpieza de Amen-Ra. En cierta ocasión uno de los peones pasó deliberada e irreverentemente el plumero por el rostro de la momia con el ostensible propósito de jactarse de su fanfarronería. El castigo no se hizo esperar y días después su hijo murió de sarampión. A la semana de ocurrida esta tragedia las autoridades del museo recibieron a una delegación de limpiadores y guardianes de la institución que exigió que el endemoniado sarcófago fuera trasladado a uno de los sótanos y quedara allí aislado, lejos del contacto con los mortales a los cuales al parecer Amen-Ra se había empeñado en destruir empleando un singular influjo perverso. La petición fue aceptada llevándose al cajón con la momia a las frías bóvedas del establecimiento bajo la supervisión del jefe de maestranza.
Apenas transcurridos tres días uno de los peones que había intervenido en la macabra mudanza cayó seriamente enfermo y al propio jefe de maestranza se lo encontró sin vida en su despacho. A esta altura de los acontecimientos algunos periódicos londinenses habían publicado artículos y notas haciéndose eco de las fatales noticias vinculadas a Amen-Ra. Un reportero gráfico se aventuró a tomar una fotografía de la tapa del sarcófago y cuando la reveló descubrió para su sorpresa y horror que el bello rostro de la princesa, tallado en la parte superior, se había transfigurado en una cara de facciones repulsivas. El fotógrafo, presa de una fuerte crisis nerviosa, comentó el fantástico cambio con sus compañeros de tareas, les enseñó la foto y luego huyó despavorido a su casa donde se suicidó disparándose un balazo en el corazón.
Este último drama colmó la medida y el director del museo decidió vender la momia a un coleccionista privado. Este hombre no escapó, por cierto, al aterrador anatema y después de soportar una serie inenarrable de vicisitudes en su vida privada optó por trasladar la horripilante adquisición al altillo de su residencia. El atribulado propietario que se interesaba por las ciencias ocultas, invitó cierto día a su casa a Madame Blavatsky, la ilustre fundadora de la Teosofía. La célebre huésped, que ignoraba que la momia se encontraba en poder de su anfitrión arrumbada en el desván, se sintió repentinamente presa de un violento desasosiego que atribuyó a una presencia altamente negativa escondida en algún rincón de la residencia. Cuando por fin el angustiado y sorprendido dueño de la casa le mostró el sarcófago, Madame Blavatsky le señaló sin titubear que esa era una pavorosa fuente de maldad y le aconsejó deshacerse inmediatamente de ella. Los malditos despojos fueron de esta suerte a parar finalmente a manos de un pragmático y escéptico arqueólogo norteamericano que pagó un precio exorbitante por ellos e hizo los arreglos para su transporte a los Estados Unidos en un flamante trasatlántico de la compañía marítima White Star. El buque se llamaba Titanic.
Pero ni lo momia ni el navío llegaron jamás a Nueva York, el puerto de destino final. Como se sabe el Titanic se hundió en medio del océano Atlántico el 15 de abril de 1912 después de chocar con un iceberg. En esta espantosa tragedia perdieron la vida 1.523 personas.

martes, 17 de abril de 2012

Hay vida fuera de la Tierra

Si ciertas bacterias son capaces de sobrevivir a las condiciones más extremas de la Tierra, incluso sin oxígeno, es más que probable que podamos encontrarlas en otros planetas. Pero hasta que se descubran, los científicos deberán averiguar todo lo que estos microorganismos nos deparan aún en la Tierra.
Los humanos solamente comemos una cosa, carbono orgánico; y solamente respiramos otra, oxígeno. Así funciona la vida, o eso pensamos. Sin embargo, las bacterias comen todo tipo de materia (compuestos inorgánicos como el sulfuro, hidrógeno, amonio, entre otros), en realidad cualquier cosa de la que obtienen electrones, y pueden interactuar con cualquier elemento químico que aparece en la tabla periódica. En cuanto a lo que respiran, no es sólo oxígeno, sino también CO2, sulfito, nitrato y otras sustancias. Incluso son capaces de aprovecharse de una roca sólida como sustituto del oxígeno, es decir ‘respirar rocas’, como dicen coloquialmente los científicos al hablar del transporte extracelular de electrones descubierto hace dos décadas y que sigue sin aparecer en los libros de texto. Años más tarde descubrieron que al quitar la roca del experimento y añadir electrodos, lo único que ‘respiran’ estas mismas bacterias son los electrodos. Forman una capa a su alrededor y le proporcionan electrones, y por tanto energía.
Como estos microorganismos pueden comer cualquier cosa, los científicos probaron con residuos humanos e industriales para producir electricidad. Y lo consiguieron. (Igual a alguien le parece muy bonito para ser cierto, pues lo es, aunque no va a solucionar la crisis energética.) Pero no sólo se puede crear electricidad sino también purificar el agua y eliminar los contaminantes sin ningún soporte electrónico. En la actualidad se está intentando diseñar esta tecnología barata y ecológica en aldeas africanas donde la gente podría traer sus residuos cada día y obtener agua limpia a cambio. Así, en la próxima década veremos la primera aplicación legítima a este proceso, porque ya hay unas quince empresas de todo el planeta que están intentando aplicarlo. Es una buena tecnología verde que solamente usa materiales biológicos como fuente, trabaja muy rápido y produce bastante energía.
Recientemente, en el laboratorio se ha obtenido esta misma reacción de electrones y oxígeno utilizando bacterias que se pueden poner en un cátodo (electrodo negativo del que parten los electrones) para eliminar el platino, lo que para los microbiólogos es una gran victoria. Pero todavía hay más, aseguran que se podría conseguir todo un proceso bacteriológico con células solares, es decir, las bacterias se podrían alimentar de luz solar, y para ello no quedan más de quince años. Valdrá la pena esperar. No obstante, aún es necesario abaratarla si lo que se pretende es abastecer a todo un poblado de países empobrecidos. Hay una parte muy barata, la del electrodo que no cuesta casi nada y las bacterias que son gratuitas (puedes cultivar cuantas necesites), pero la otra parte requiere platino en el electrodo, que es lo que cataliza el oxígeno convertido en agua. Hasta entonces, la microbiología deberá intentar descubrir lo que oculta el microscopio. Por ahora, gracias a mejores métodos moleculares para ver a las bacterias, los científicos han descubierto que solamente somos capaces de cultivar cerca del 0,1 por ciento de todas las bacterias que vemos en el microscopio. Pero la pregunta que se hacen los microbiólogos es: “¿qué hacen realmente las otras bacterias que no podemos cultivar?”. Es completamente desconocido. Al mirar sus cromosomas se podría averiguar cómo actúan pero todavía no se ha probado; y no se puede demostrar si no se pueden cultivar.
De los microorganismos que ya se conocen, lo que más sorprende a los microbiólogos es lo resistentes que son. La vida microbiana se ha adaptado a la salinidad, a la temperatura, al pH, a la aridez, a la radiación, y a la presión. Durante años se pensó que uno de los lugares más desérticos de la Tierra -el desierto de Atacama en Chile- era estéril, pero al mirar en el interior de las rocas se observó todo tipo de vida. Río Tinto en Huelva (España) es otro de los lugares más fascinantes de la Tierra. Muchos de estos entornos extremos te hacen pensar de forma diferente sobre la posibilidad de encontrar vida en otros planetas, y Río Tinto es uno de ellos.
Desde que se empezaron a conocer las habilidades de las bacterias, el interés por hallar vida microbiana fuera de la Tierra creció. Las misiones del telescopio espacial Hubble han sido determinantes. En la última década sus datos han demostrado que existen millones de planetas que se parecen a la Tierra. Pero estos planetas están a muchos años luz de nosotros. Incluso si obtienes una señal de alguno de ellos (una que se pudo generar hace un siglo), llevará 1.000 años llegar allí a la velocidad a la que viajamos en la actualidad. Es fascinante pero frustrante a la vez. Pero los expertos lo tienen claro: “¡Es 100% seguro que hay vida ahí fuera!”. El problema es cómo encontrarla. Cuando una misión de la NASA planea ir a Júpiter o Saturno -al que se tarda ocho años en llegar-, o incluso más lejos, a Neptuno, el tiempo de ir y volver, si se está metido en el proyecto como científico, técnico, etc, has perdido un tercio de tu carrera, y a lo mejor fracasa… y renovar ese material humano competente tampoco es fácil.
Sin salir del sistema solar, desde el punto de vista de un microbiólogo, hay diferentes lugares en los que algunos organismos que habitan la Tierra podrían sobrevivir. Por ejemplo las lunas de Júpiter: Europa, Calisto y Ganímedes. No se sabe exactamente lo grueso que es el hielo ni cómo es el agua debajo, pero seguro que en cada una de estas lunas hay más agua de la que tenemos en la Tierra. El agua líquida es esencial para vida como la nuestra pero lo que es esencial es el líquido. Otro lugar donde buscar es una luna de Saturno, Encélado, que rodea uno de los anillos del planeta. Siempre ha tenido agua congelada. Titán, otra de las lunas de Saturno, no tendría vida como la conocemos porque hace demasiado frío, pero tiene metano y etano líquidos. Se supone que hay diferente tipo de vida allí, esta vida sería tan rara que ninguna de las reglas de química con las que hemos crecido tendría entonces sentido. Pero hasta que se descubran los primeros indicios de vida extraterrestre, hay mucho trabajo por hacer en la Tierra, porque aún se desconoce el potencial de la microbiología y es una oportunidad mayor de lo que uno imagina.
Y por último, recordar que el 99,9 por ciento de las bacterias son nuestras amigas. Muy pocas son realmente dañinas. El planeta y el cuerpo humano funcionan gracias a las bacterias buenas. Lo único es que todavía no hemos aprendido esta lección.

sábado, 14 de abril de 2012

¿Existió realmente el pánico a la llegada del año 1000?

El pánico ocasionado por una mala interpretación del Apocalipsis, en la que se confundía la resurrección de los justos con la próxima venida del Mesías -esperada solamente por los judios-, dio paso a que historiadores y literatos afirmaran que durante los meses que precedieron al año mil, los hombres, abatidos por un sinfín de calamidades que creyeron precursoras de una catástrofe final, abandonaran el trabajo y consagraran todas las horas a la oración y a la penitencia, esperando la segunda venida de Cristo justiciero que debía acabar con el mundo, premiar a los buenos y castigar a los malos. Según estos autores, el terror milenario debió ser general, aunque ningún contemporáneo informa claramente de los hechos.
En primer lugar, la iglesia no conserva ningún texto en el que se describan institucionalmente los terrores atribuidos a los últimos días de 999 y primeros de 1000. El dramaturgo August Strindberg ha plasmado una pormenorizada relación de aquellos momentos, escrita, por desgracia, a comienzos del siglo XX. En ella se nos dice que finalmente, en aquellos días, en los que nadie sabia si la catástrofe se deberla al fuego, al agua o al choque de los mundos, los hombres encontraron la armonía que no habían encontrado durante su vida cotidiana. El señor y el criado se abrazaban llorando, uno por su pecado de orgullo, el otro por su indignidad. Otros autores anteriores relatan con una minuciosa fruición la llegada del inevitable cometa, portador de desgracias y muerte. Pero fuentes no tan imaginativas atribuyen aquel clima a la ciega creencia que los hombres medievales tenían en las profecías. Cuando estas -en núcleos muy reducidos, como ciudades o pequeños estados- coincidían con epidemias, plagas, hambrunas o, simplemente, malas cosechas, se tenían todos los elementos para atribuirlas al pavor del milenio. Pero, desde la Crónica de Gocdel, en el siglo XII, pasando por la Crónica de Tritemio, en el siglo XVI, hasta relatos como el aludido en este párrafo, todos presentan el rasgo común de no recoger los hechos de primera mano. Y es que lo menos que se podría esperar de tal ambiente pavoroso es que la iglesia hubiera dirigido alguna palabra de consuelo a sus fieles. Pero en las bulas de Gregorio V (996-999) o en las de Silvestre II (999-l003) no hay nada que confirme que la sociedad estuviese atemorizada ante el milenio.

viernes, 6 de abril de 2012

La falta de patriotismo inglés y francés durante la II Guerra Mundial

Terminada la II Guerra Mundial, el jefe supremo de las fuerzas aliadas, general Eisenhower, afirmaba con orgullo que los estados de régimen democrático, a pesar de las dificultades propias del sistema, cuando es necesario saben actuar mucho más seriamente que los países totalitarios. Pero lo cierto es que a los pocos meses del comienzo de la guerra, países tradicionalmente democráticos como Francia e Inglaterra tuvieron dificultades por culpa de sus propias instituciones. Así, mientras que en Alemania un solo hombre, Adolf Hitler, pudo tomar decisiones fulminantes y hacer y deshacer sin consultar con nadie, en París y Londres los gobiernos encontraron en su camino toda clase de obstáculos.
En Francia, a pesar de la dura lección de 1914, no se organizó la movilización industrial a causa de dilaciones parlamentarias. Por ello los obreros especializados fueron llamados a filas como cualquier otro ciudadano, y las fábricas de guerra carecieron de mano de obra cualificada. Más tarde, cuando el gobierno pidió su desmovilización, los primeros en oponerse fueron los comandantes de unidad, pronto seguidos por los diputados de los departamentos agrícolas (los departamentos que habían suministrado carne de cañón en la guerra anterior), que protestaron por los privilegios de las poblaciones industriales y pidieron su extensión a las provincias. Incluso llegada la época para ello, uno de estos diputados pidió la licencia de los soldados de provincias porque "es época de siembra”. La respuesta del ministro de Armamento, Dautry ("¡esta es época de bombas!"), no lo disuadió. Sucedieron también episodios cómicos: En un polvorín de Angulema, cuatro mil especialistas del ejército se negaron a fabricar melinita porque decían que "puede provocar la calvicie". Por su parte, el partido comunista desarrollaba una activa campaña pacifista. Condenaba sin paliativos "la guerra imperialista" y ponía como ejemplo de prudencia a la URRS, que había firmado un amistoso pacto con Alemania. Además, las impresionantes victorias nazis hipnotizaron a buena gente de las derechas francesas. Surgieron grupos subversivos y se formaron asociaciones que fomentaban abiertamente la amistad fraterna con el Tercer Reich. Por una serie de coincidencias históricas, surgió en Francia una situación que contemplaba a la derecha y a parte de la izquierda coaligadas en cierto modo para impedir la formación de un frente unitario que oponer a la amenaza alemana. Un error que Francia pagó muy caro.
En Inglaterra las cosas no fueron mejor. Por diversos motivos el parlamento aprobó con mucho retraso la ley de reclutamiento obligatorio. Pero eso no es todo. De exención en exención, fueron excluidos del servicio los casados y todos los que "ejerciten un trabajo de utilidad pública", que al parecer fueron muchísimos, pues por esta causa resultaron exceptuados también los empleados municipales que limpiaban de orugas los parques, por ejemplo. Los sindicatos, guiados por el viejo y tenaz Walter Citrine, no quisieron que el estado de guerra fuera pretexto para intensificar la producción y protestaron por la entrada de mujeres en las fábricas, oponiéndose al intento de hacer trabajar a los obreros más de siete horas al día. En los altos ambientes sociales la falta de patriotismo alcanzó un nivel peligroso. También se notaron vagas infiltraciones nazis y fascistas. Diarios como el 'Daily Mail' no dudaron en escribir que "la vigorosa juventud nazi es nuestro bastión...". Por su parte los jóvenes británicos no tenían el menor deseo de luchar. Una encuesta entre los estudiantes de las universidades del Reino Unido dio en aquellos días un resultado alarmante: ¡más del 70% de los consultados se declaró contrario a la guerra! Hicieron falta las bombas de la Luftwaffe para hacer cambiar de idea a muchos ingleses.

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