viernes, 6 de abril de 2012

La falta de patriotismo inglés y francés durante la II Guerra Mundial

Terminada la II Guerra Mundial, el jefe supremo de las fuerzas aliadas, general Eisenhower, afirmaba con orgullo que los estados de régimen democrático, a pesar de las dificultades propias del sistema, cuando es necesario saben actuar mucho más seriamente que los países totalitarios. Pero lo cierto es que a los pocos meses del comienzo de la guerra, países tradicionalmente democráticos como Francia e Inglaterra tuvieron dificultades por culpa de sus propias instituciones. Así, mientras que en Alemania un solo hombre, Adolf Hitler, pudo tomar decisiones fulminantes y hacer y deshacer sin consultar con nadie, en París y Londres los gobiernos encontraron en su camino toda clase de obstáculos.
En Francia, a pesar de la dura lección de 1914, no se organizó la movilización industrial a causa de dilaciones parlamentarias. Por ello los obreros especializados fueron llamados a filas como cualquier otro ciudadano, y las fábricas de guerra carecieron de mano de obra cualificada. Más tarde, cuando el gobierno pidió su desmovilización, los primeros en oponerse fueron los comandantes de unidad, pronto seguidos por los diputados de los departamentos agrícolas (los departamentos que habían suministrado carne de cañón en la guerra anterior), que protestaron por los privilegios de las poblaciones industriales y pidieron su extensión a las provincias. Incluso llegada la época para ello, uno de estos diputados pidió la licencia de los soldados de provincias porque "es época de siembra”. La respuesta del ministro de Armamento, Dautry ("¡esta es época de bombas!"), no lo disuadió. Sucedieron también episodios cómicos: En un polvorín de Angulema, cuatro mil especialistas del ejército se negaron a fabricar melinita porque decían que "puede provocar la calvicie". Por su parte, el partido comunista desarrollaba una activa campaña pacifista. Condenaba sin paliativos "la guerra imperialista" y ponía como ejemplo de prudencia a la URRS, que había firmado un amistoso pacto con Alemania. Además, las impresionantes victorias nazis hipnotizaron a buena gente de las derechas francesas. Surgieron grupos subversivos y se formaron asociaciones que fomentaban abiertamente la amistad fraterna con el Tercer Reich. Por una serie de coincidencias históricas, surgió en Francia una situación que contemplaba a la derecha y a parte de la izquierda coaligadas en cierto modo para impedir la formación de un frente unitario que oponer a la amenaza alemana. Un error que Francia pagó muy caro.
En Inglaterra las cosas no fueron mejor. Por diversos motivos el parlamento aprobó con mucho retraso la ley de reclutamiento obligatorio. Pero eso no es todo. De exención en exención, fueron excluidos del servicio los casados y todos los que "ejerciten un trabajo de utilidad pública", que al parecer fueron muchísimos, pues por esta causa resultaron exceptuados también los empleados municipales que limpiaban de orugas los parques, por ejemplo. Los sindicatos, guiados por el viejo y tenaz Walter Citrine, no quisieron que el estado de guerra fuera pretexto para intensificar la producción y protestaron por la entrada de mujeres en las fábricas, oponiéndose al intento de hacer trabajar a los obreros más de siete horas al día. En los altos ambientes sociales la falta de patriotismo alcanzó un nivel peligroso. También se notaron vagas infiltraciones nazis y fascistas. Diarios como el 'Daily Mail' no dudaron en escribir que "la vigorosa juventud nazi es nuestro bastión...". Por su parte los jóvenes británicos no tenían el menor deseo de luchar. Una encuesta entre los estudiantes de las universidades del Reino Unido dio en aquellos días un resultado alarmante: ¡más del 70% de los consultados se declaró contrario a la guerra! Hicieron falta las bombas de la Luftwaffe para hacer cambiar de idea a muchos ingleses.

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